lunes, 7 de febrero de 2022

Impar.


 

Hoy como todas las tardes me dispuse a realizar mi caminata vespertina, con la esperanza de siempre de reducir la grasa que a través del tiempo se ha acumulado en lo que una vez fue la cintura, siempre me preparo minuciosamente para llevar lo necesario para que sea placentera, teléfono, audífonos, mentas, cartera, el mentado tapabocas y por supuesto muchas ganas de hacer cada día un recorrido más largo sin llegar a los extremos, por aquello del dolor de pies en las noches. 

Durante el recorrido por lo regular me encuentro con un sinnúmero de personas que hacen lo mismo que yo, por ser asiduo con que he llevado a cabo la rutina, muchas de ellas ya me son conocidas, nos saludamos tan solo con movimientos imperceptible, con miradas de complicidad, sonrisas forzadas o simplemente nos observamos. 

Casi al llegar a la mitad de lo que es mi recorrido, sentí que una de las agujetas de mis zapatos estaba flojo o desatado e hice un alto para corregirlo, agacharme es para mí una proeza, al hacerlo, con asombro me di cuenta de que traía un zapato diferente en cada pie, me sentí abochornado, emprendí el regreso por un sendero diferente con la esperanza de no encontrarme con persona alguna, y mucho menos conocida. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario