viernes, 13 de mayo de 2022

Barquillo.


      Recuerdo que de niño me encantaban las nieves, ahora las adoro y más si son de fresa, pero por haber crecido en un ambiente campirano eso era un lujo que teníamos cuando íbamos a la ciudad, tengo en la mente y en el paladar, la frescura, el sabor, el olor imperceptible y la satisfacción de ver como poco a poco se iba consumiendo en cada lenguetazo que le daba.

      Hoy al ver la cara de mi nieto saboreando un delicioso helado, me siento renacer en él, vuelvo a ser un niño que solo piensa en que la única preocupación era aprovechar hasta la más pequeña gota del barquillo, tratando de ganarle al tiempo, antes de que se derritiera y escurriera por mi mano, era una tarea difícil, y ponía todo mi espeño, el mundo desaparecía porque solo existíamos el helado y yo, tenía que aferrarme a la mano de mi madre mientras caminábamos para no perder el equilibrio, porque siempre era así, caminar y disfrutar, disfrutar y no tropezar, ver el camino y ver el helado, siempre imaginando que era una competencia no declarada entre él y yo, el tratando de derretirse y yo tratando de saborear hasta la última gota, era tal vez un triunfo que no disfrutaba porque sabía de antemano que cuando todo acabara solamente me quedaría con el recuerdo de lo que había sido y que no sabía cuando de nuevo sucedería.

     Recuerdo que me encantaban los helados, hoy los sigo disfrutando pero jamás sera tan emocionante, tan delicioso como lo fue en el ayer y como lo es y serán en mis recuerdos.

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