martes, 4 de agosto de 2020

Esperanza.

     La mitad de nuestra vida se basan en esperanzas. Todos los días nos levantamos con la esperanza de que sea mejor que el anterior, de que por fin el bache en el que estamos se termine y se convierta en un tope con la altura suficiente para que nos deje respirar por un tiempo, que el dolor que nos aqueja sin importar si es físico o sentimental por fin encuentre la cura por la que hemos estado solicitando en nuestras noches de insomnio, que por fin aparezca esa cura milagrosa que cure todos nuestros males.
     La esperanza es lo que nos motiva a seguir adelante todos los días, porque creemos aquellos de que no hay mal que dure cien años, que Dios aprieta pero no ahorca, que no hay mal que por bien no venga, o que ya llegamos al pico de la pandemia y ya vienen tiempos mejores.
     Todos los caminos de nuestra vida nos llevan a la esperanza, nos llevan a tener confianza en nosotros mismos, porque no claudicamos aunque todo nuestro cielo este lleno de nubarrones, porque sabemos que después de la tormenta viene la calma, porque tenemos fe de que nada puede ser tan malo si aun podemos sonreír por algo tan insignificante como nuestra propia tragedia de no saber que sin pensarlo nos pusimos la playera al revés.
     La esperanza es el alimento de los pobres y de los ricos, porque todos tenemos esperanza de algo, no importa en que escalón económico nos encontremos, la esperanza para el ser humano es como el oxigeno que todos necesitan y que nadie nos cobra, y que a nadie se le niega.

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