jueves, 24 de septiembre de 2020

Allá en el rancho.


      A veces la memoria nos engaña, pero una fotografía nos hace ver lo que en realidad no recordamos, somos selectivos para guardar lo que nos conviene o lo que al parecer es mejor para nosotros.

     Recuerdo mi niñez como la época más feliz de mi vida, sin preocupaciones, desde siempre fui el rebelde de la familia, tal vez por ser el más pequeño y tenía las canonjías que eso implicaba, lo tenía todo, bueno, menos zapatos porque la foto así lo indica, pero mis padres supieron poner límites para que nada fuera gratis y los deberes siempre existieron tanto para mi como para mis hermanos.

     Solamente el tiempo ha dicho la última palabra, porque tengo siempre presente lo que aprendi de ellos, los valores que me inculcaron, las enseñanzas que diariamente y en cualquier ocasión me daban, y que ha servido para que hoy sea lo que ellos soñaron, responsable de mis actos y en resumen una buena persona, como ellos solían decir.

     Observando la fotografía y viendo como me veía, me siento bendecido por haber tenido un padre que me quiso mucho y que lo escuche decir que era su orgullo, y aunque lo tuve muy poco tiempo, creo que fue suficiente para dejar esa huella en mi que ha servido para ser lo que soy.

     Algunas personas crecen sin tener el privilegio de unos padres como guía, pero el destino no es tan malo y les pone personas de buena fe que sustituyen y se encargan de que los buenos consejos no falten, y al final hace que encuentren el camino correcto.

     La vida es como un desierto, al principio lo recorremos sin novedad, después vienen los espejismos y por último encontramos el oasis o nuestro final.  

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